Susurros que se convierten en roces que se deslizan hacia todo aquel que los desee oir.
Voces que se arrastran profundas y se transforman en gritos ahogándose en la rabia e impotencia del que nada puede cambiar.
Juntos cabalgan hacia la lejanía de un horizonte sin fin.
Se encontraba al borde del abismo. Miró hacia abajo. No alcanzaba a ver el fondo. Sacó un cigarrillo. Cuando iba a prenderlo, su hijo apareció como por arte de magia: - ¡No, papa, por favor! El niño tropezó y aquella negrura infinita lo absorbió rápidamente. Miguel pudo atrapar sus rizos en un desesperado intento por evitar su caída pero cuando miró de nuevo, éstos habían quedado prendidos entre sus manos. ¡Ya no veía al niño! Sin pensarlo dos veces se lanzó al vacío para rescatarlo. En su caída veía a su hijo multiplicarse miles de veces. Las paredes eran espejos y en ellos se reflejaba la luz en intensos colores. Veía a su hijo de nuevo. El niño era a la vez rojo y violeta, amarillo y verde, azul y negro. El iba golpeándolos todos con sus manos, sin importarle el dolor, tratando de encontrarlo. Las manos se le iban desgarrando junto con su ropa. Recordó que el dolor tenía su propio color, el negro. Desesperado, rompió con los nudillos ese cristal y de nuevo la oscuridad atrapó la luz pero antes pudo coger a su hijo entre sus brazos. Ahora caían juntos en una vertiginosa carrera hacia ninguna parte. Gritó con todas sus fuerzas hasta que se despertó. ¡Era una pesadilla!, pero a pesar de tener los ojos abiertos todo le parecía tan real. Sintió el calor de aquel pequeño cuerpo a su lado y se pegó aún más a él. Dormía plácidamente y en su boca se dibujaba una sonrisa. Ahora sentía fuerzas. Lucharía por ese niño de sonrisa triste y palabras maduras.
Maldigo aquella noche la primera y todas las demás en las que te veía sigiloso entrar en aquella habitación donde estaba mi hija siendo yo tu compañera.
Princesa callada y triste nunca supe leer tus labios apretados ni interpretar tus gestos cansados
Es caprichosa chiquilla no la supe educar quizás es la pubertad que en sus ojos brilla cuando veía una lágrima resbalar por tus mejillas.
Razón y locura cabalgaron juntas estrecharon sus lazos y se fundieron en la delgada línea que las separaba de ese abismo de horror donde habitaba tu corazón.
Y se atrevió a mancillar ese pequeño cuerpo convirtiéndolo en un lodazal de sentimientos
Tu mirada a hurtadillas con la cara enrojeciendo tus arcadas matutinas no eran caprichos de niña porque estabas envejeciendo.
Mi alma quiero romper en jirones para poder vestir tu piel y sanar tus heridas aunque se me vaya la vida merezco beber esta hiel por no haberte comprendido por haber creído en él.