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lunes, 30 de agosto de 2010

EL ABISMO



Se encontraba al borde del abismo. Miró hacia abajo. No alcanzaba a ver el fondo. Sacó un cigarrillo. Cuando iba a prenderlo, su hijo apareció como por arte de magia:
- ¡No, papa, por favor!
El niño tropezó y aquella negrura infinita lo absorbió rápidamente. Miguel pudo atrapar sus rizos en un desesperado intento por evitar su caída pero cuando miró de nuevo, éstos habían quedado prendidos entre sus manos. ¡Ya no veía al niño!
Sin pensarlo dos veces se lanzó al vacío para rescatarlo. En su caída veía a su hijo multiplicarse miles de veces. Las paredes eran espejos y en ellos se reflejaba la luz en intensos colores. Veía a su hijo de nuevo. El niño era a la vez rojo y violeta, amarillo y verde, azul y negro. El iba golpeándolos todos con sus manos, sin importarle el dolor, tratando de encontrarlo. Las manos se le iban desgarrando junto con su ropa. Recordó que el dolor tenía su propio color, el negro. Desesperado, rompió con los nudillos ese cristal y de nuevo la oscuridad atrapó la luz pero antes pudo coger a su hijo entre sus brazos. Ahora caían juntos en una vertiginosa carrera hacia ninguna parte.
Gritó con todas sus fuerzas hasta que se despertó.
¡Era una pesadilla!, pero a pesar de tener los ojos abiertos todo le parecía tan real.
Sintió el calor de aquel pequeño cuerpo a su lado y se pegó aún más a él. Dormía plácidamente y en su boca se dibujaba una sonrisa.
Ahora sentía fuerzas. Lucharía por ese niño de sonrisa triste y palabras maduras.

miércoles, 15 de julio de 2009

YASSIN



Al girar la cabeza le vi. Pequeño y menudo. Apenas un muchacho, arrastrando una gran maleta tras de sí con agilidad. Más tarde supe que prácticamente estaba vacía. Sus ojos marrones captaron mi atención y no podía dejar de mirarle. ¡Había tanta tristeza en esa mirada!
- Oye, ¡respóndeme! ¡Siempre estás ausente!
Era Beatriz que dándome un codazo reclamaba mi atención. Yo me había sumergido por completo en la historia sin palabras que descubría ante mí, aquellos ojos
- Lo siento, me despisté. ¿Me decías?
Beatriz y el resto del grupo reían a carcajadas. Estaban contando de nuevo lo que les había sucedido en otro viaje al que yo no había ido con ellas. Estábamos sentadas en una de las mesas cercanas al pasillo que conducía a la salida principal del barco. No podía concentrarme entre sus fuertes risotadas y mi atención prendida de nuevo en aquel muchacho que prácticamente estaba ya a mi lado. La maleta ahora, delante de él.
El barco hizo un brusco movimiento y el chico perdiendo el equilibrio quedó sentado a horcajadas entre su maleta y mis piernas. Enrojeció hasta la raíz de sus cabellos.
- Perdone, perdone, no he podido evitarlo.
Le cogí la maleta que se había dado la vuelta y me quedé sorprendida ya que ésta no pesaba nada. Pude comprender entonces su facilidad para llevarla.
Le indiqué que se sentara con nosotras a la mesa. Mis amigas siguieron con sus historias y yo entablé conversación con él. Se llamaba Yassin y venía desde Tánger.
A medida que hablaba percibía una madurez infinita en sus palabras a pesar de sus pocos años. Acababa de cumplir los 18. Había estado trabajando en Granada en la construcción hasta comienzos del verano pero la Empresa tuvo que despedir a muchos de sus empleados y al no encontrar nada que le permitiese vivir allí había optado por ir a ver a su familia.
Tenía 10 hermanos. Dos chicos con él y ocho chicas. Llevaba una carpeta con sus fotografías cuidadosamente guardadas. Me las mostró una tras otra indicándome los nombres de cada uno de ellos.
En una fotografía estaban sus padres con las tres pequeñas en sus rodillas. Eran todas muy bonitas y con grandes ojos oscuros. Su padre era un hombre todavía bastante joven. Delgado y con la cabeza cubierta con un gorro de rayas rojas..
Su madre me impresionó bastante. Era mucho más alta que su marido y con rasgos angulosos y esqueléticos. Los ojos aparecían grandes y hundidos tras los pómulos.
Le devolví las fotografías y volvió a colocarlas con cuidado en el compartimento donde estaban.
- Y Vd. ¿cómo se llama?
Su voz era tranquila y dulce. Le respondí mirándole a la cara:
- Me llamo María.

Le pregunté cómo había ido a parar a Granada. Y, finalmente dejando su timidez a un lado, me relató toda la historia.
Durante mucho tiempo, varios años de su vida, había intentado salir de su país. A veces debajo de un camión. Incluso en ese mismo barco donde viajábamos, se ocultó en el contenedor de basura en una ocasión, pero siempre acababan por descubrirlo, le daban una paliza y lo devolvían a tierra o lo embarcaban constantemente vigilado hasta que llegaba de nuevo a Tánger.
Descubrió que mientras le pegaban si reía, le dejaban en paz así que por mucho que le dolieran los golpes se reía como un loco y éstos cesaban.
Cuando consiguió llegar a Andalucía por fin lo hizo pegado a los bajos de un camión que iba hacia Tarifa y una vez allí en la primera parada que hizo el conductor huyó. Estuvo escondido en los campos durante dos días y finalmente tomó un autobús hacia Cádiz. No pude evitar mi exclamación:
- Yo vivo en Cádiz.
Mirándome se echó a reír y me respondió:
- Allí fui a pedir ayuda a los curas y estuve viviendo con una señora llamada María Angeles quien se encargó de buscarme trabajo y legalizar mi documentación.
Continuó hablándome de su experiencia en Granada de la que aprendió el saber en quien confiar y de quien apartarse. Al no tener un lugar para vivir y poco dinero hasta que cobrase su primer sueldo en la construcción, dormía en el parque a la intemperie, pegado a su maleta. Ese era el lugar de reunión de otras personas que estaban aún peor que él porque se consideraba afortunado de tener al menos un trabajo y una esperanza. Tuvo que marcharse de aquel lugar ya que una noche le ofrecieron droga y él no quiso probarla. Al día siguiente se habían llevado todo lo que había en la maleta menos sus fotografías. Estuvo aún varias noches más en la calle pero ahora se quedaba en una especie de plaza donde solamente vio a un hombre que también dormía allí. Se llamaba Miguel y a través de él consiguió que otro chico de la construcción que vivía en Granada le alojara en su casa.
Durante el trayecto quise que comiera algo pero no aceptó alegando que llevaba comida suficiente que le había preparado su madre para el viaje. Le dí mi número de teléfono por si necesitaba algo para que me llamase. Lo guardó en su carpeta junto con las fotos.
Cuando dejamos el barco le deseé mucha suerte y le dije de nuevo que me llamase algún día aunque no necesitara nada para saber si estaba bien.
A veces me pregunto si pudo encontrar trabajo en Granada. En sus planes existía la posibilidad de que si no lo encontraba allí, viajaría a Valencia.
No he vuelto a saber nada de Yassin y me pregunto dónde estará ahora ese muchacho de mirada triste y si su ilusión y esperanza han tenido la recompensa que merece.
A él, le dedico esta historia, que me autorizó a escribir. A él y al arrojo y valentía de sus pocos años.