A mi padre
Jamás podré olvidar tu mirada
porque me descubrió sin palabras
el dolor que anidó en tu alma
hasta que sólo existió ... ¡la nada!
- Papá, ayúdame con este problema. Es muy complicado para mí.
Germán se sentó y cogió el bolígrafo. Su hija, expectante le dejó hacer. Su padre era un lince con las Matemáticas. Empezó a garabatear en un papel aparte, fórmulas y más fórmulas.
La niña le miraba. Estaba usando la raíz cuadrada y ella pensó que no tenía por qué hacerlo.
Después de diez minutos y dos folios llenos de números, Germán comienza a ponerse nervioso porque bailan en su cabeza y cuando los traslada al papel pierden sentido para él. ¡Ha olvidado el Algebra! Con pesar le dice a la niña:
- Lo siento Gema. Esto es demasiado para mí.
Ella, entre risas, le susurra al oído:
- Pero papi si no hay problema que se te resista. ¡Venga!
Germán, con gesto cansado vuelve a atacar el problema con idéntico resultado. Enfadado consigo mismo rompe el papel y exclama:
- Gema de verdad que no puedo con él. ¡Cada vez son más difíciles!
Su hija con una mirada de interrogación le estampa un beso en la mejilla y con cariño le apremia:
- Anda trae. Mañana le consultaré al profesor. ¡Te estás haciendo viejo papi!
Germán estaba cansado, muy cansado. No sabía lo que le pasaba pero llevaba ya varios meses levantándose con gran esfuerzo por las mañanas y la jornada de trabajo se le hacía eterna. Tenía problemas de concentración y eso le angustiaba tanto que por las noches no conseguía dormirse antes de haber dado más de mil vueltas en la cama.
No quería alarmar a su mujer por eso no le había comentado nada. Pediría una cita para visitar a su médico y hablaría con él.
Una tarde regresó casi a las diez de la noche. Cuando salió de trabajar cogió su coche y puso rumbo hacia su casa pero de pronto no supo dónde estaba. Comenzó a inquietarse y cuanto más lo hacía más se apoderaba de él el nerviosismo y la intranquilidad. Finalmente decidió bajarse del coche y comenzó a pasear pero seguía sin reconocer lo que le rodeaba.
Los latidos de su corazón le golpeaban con fuerza en el pecho. Un pitido se apoderó de sus oídos y la saliva se le hacía espesa en la boca impidiéndole tragar. ¡Le faltaba el aire y empezó a marearse!
En un último esfuerzo para no perder el sentido, se paró delante de un escaparate como si mirara algo detenidamente pero lo que estaba haciendo en realidad era respirar profundamente, retener el aire en sus pulmones y luego exhalarlo pausadamente, intentado recuperar el control. Poco a poco fue serenándose. No sabía cuánto tiempo había estado delante de aquel escaparate. A través del cristal veía expuesta una gran colección de ropa interior de mujer. Miró a su alrededor con la vergüenza reflejada en su rostro y exclamó:
-¡Dios mío, pensarán que soy un pervertido!
Continuó andando un poco más y un grito de júbilo se escapó de su garganta:
-¡Por fin!
Tuvo que desandar el camino para buscar el coche. Ya no tenía ninguna duda. Un edificio se alzaba majestuoso delante de él con su cúpula redondeada. Era la catedral de su ciudad y gracias a ella había podido orientarse.
Cuando llegó a casa tuvo que mentirle a su mujer al decirle que se había encontrado con un amigo y tras unas copas y un rato de charla había perdido la noción del tiempo. A Belén todo le pareció natural porque confiaba ciegamente en Germán.
Esa noche durmió de un tirón y al día siguiente se creó la obligación ineludible de la visita médica aunque ahora estaba prácticamente seguro de que había sufrido un cuadro de stress.
Belén había oído a su marido dar tantas vueltas en la cama que al final había sido ella la que no había podido conciliar el sueño. Pensaba que Germán podía tener algún problema en el trabajo lo cual no era de extrañar. La Empresa en la que trabajaba tenía que reducir costes de producción y sabía por él que una de las alternativas a tomar era despedir a algunos de sus propios compañeros ya que él era el Responsable del personal. ¡Difícil tarea! pensó Belén Seguro que es eso lo que le ha tenido preocupado todos estos días.
¡Qué lejos estaba de la verdad!
Cuando Germán visitó al médico, éste coincidió exactamente con él. Había sufrido un cuadro de stress y ansiedad provocado por los acontecimientos de los últimos meses. Quiso que descansara unos días pero ante la insistencia del propio Germán de que precisamente ahora no podía faltar de la Empresa, le recomendó largos paseos y unos ejercicios respiratorios que debía practicar en el momento en que los problemas le sobrepasaran.
- Papá puedes ayudarme a hacer unos ejercicios sobre la potencia de una raíz y la raíz de una raíz?
Las palabras de su hija le parecían un trabalenguas sin sentido alguno. Estaba agotado, incapaz de poder hacer nada más esa tarde. Era su tarde libre pero tenía que ayudar a su hija.
Resignado empezó a manejar las raíces cuadradas. Esta vez no podrían con él.
Su hija lo miraba con orgullo:
- Papi no hay nada que se te resista en cuestión de números.
Cuando llegó al final Germán no tenía claro el resultado. Su cabeza era un caos y la jaqueca había estallado con tal fuerza que le hizo vomitar. La niña asustada llamó a gritos a su madre:
- Mamá, mamá, ¡Papá no se encuentra bien!
Belén acudió enseguida. Germán era presa de temblores y tenía una fiebre altísima. Llamó al médico para que le visitase en casa ya que en esas condiciones no quería que saliera a la calle.
Cuando el médico llegó, comenzó a regañarle:
- Pero bueno Germán, te dejo unos días y empeoras. ¡Tendrás que tomarte las cosas en serio!
Según el médico, al cuadro de ansiedad que presentada se le sumaba una gastroenteritis incipiente que ya daría la cara. Eso explicaba la fiebre. Le recetó varias cosas para tomar y le prohibió terminantemente que asistiera al trabajo, al menos hasta pasados tres días.
Sin embargo los días se prolongaron y cuando se incorporó al trabajo parecía haber envejecido años. Se encerró en su despacho totalmente apático y ni siquiera salía para tomar un desayuno. Horas y horas entre números y papeles que cada vez se amontonaban más y más en su mesa. Casi no hablaba con sus compañeros limitándose tan sólo a cumplir su jornada hasta que llegó el día en que recibió el último y gran mazazo que dio al traste con la mermada vitalidad en la que vivía.
- Pasa y siéntate.
El director de la Empresa le miró con compasión. Buscando las palabras adecuadas y sin querer mirarle a los ojos comenzó:
- Germán… quiero que comprendas que así no puedes continuar. Te propongo que lo pienses detenidamente porque te ofrezco la jubilación por enfermedad o una baja por depresión porque tengo que buscar un sustituto para tu trabajo. Estoy al borde la quiebra. ¡Ya no puedo aguantar más esta situación!
Germán bajó los ojos. El era un controlador nato de sus emociones y sentimientos pero en esta ocasión una lágrima rodó por su cara. El director siguió:
- ¡Te pondrás bien! Si quieres tómate algunos meses tan sólo y cuando te encuentres mejor de nuevo hablamos y te incorporas a tu puesto.
Se levantó con un nudo en la garganta asintiendo con la cabeza, sin pronunciar palabra alguna.
El director le estrechó la mano, le dio unos golpes en la espalda y le deseó una pronta recuperación. Germán regresó a su casa y se metió en la cama. En esos momentos no estaban ni su esposa ni su hija.
27 de marzo de 2002.
Este es el día en que llegué a casa después de un examen y te encontré durmiendo padre. Toqué tu frente y estaba ardiendo. Puse un hielo frío en ella envuelto en una toalla y estuve vigilándote hasta que la fiebre remitió. Cuando mamá llegó se quedó pensativa y triste.
12 de Abril de 2002.
El cumpleaños de mi mejor amiga. No quise ir porque quería acompañar a mamá que te llevaba al Hospital. Con el tratamiento que te pusieron para la depresión te veíamos empeorar. Fueron muy pocos los días en que te levantaste de la cama y si lo hacías era para sentarte en la butaca en la que estoy ahora, repasando cifras, buscando letras que me lleven hasta ti porque me perdí tantas horas a tu lado que ahora ya es demasiado tarde para poderlas recuperar. Los médicos te cambiaron el tratamiento. A más depresión más pastillas. Era como si tuviese ante mí una simple operación matemática: cuanto mas… tanto mas. Yo me pregunto ahora padre ¿cuál sería la raíz cuadrada de tu sufrimiento? Muchas veces pienso también que dolor no es igual a lágrimas porque no he podido llorarte. Estoy aquí ahora buscando fechas que se conviertan en flechas para que abran mi herida y saquen la rabia contenida en forma de torrente sin fin, para calmarme y poder sentirte de nuevo.
27 de Junio de 2002.
El día de tu cumpleaños. Tengo en mis manos la tarjeta que te regalé. Tú querías que le pusiera números y letras como cuando aprendiste a leer y a contar. De la “a” a la “z” y del “1” al “10” y cuánto más grande los pusiera mejor. Quisiste también que usara colores para cada uno de ellos y sobre todo el rojo y el verde. Al final, mamá y yo firmamos con la inicial de nuestros nombres que se repetía cada vez más grande. La de ella en rojo y la mía en verde, los colores que más te gustaron.
Ese día no dejabas de mirarme.
28 de Septiembre de 2002.
Tengo en mis manos el informe de aquella prueba tan rara que por fin te mandó un médico joven que empezó a trabajar en el Hospital porque lo de la depresión a él no le acababa de convencer. Por aquel entonces casi no tenías ganas de comer y te estabas quedando en los huesos. A veces te observaba y parecía como si la cuchara fuese a caer de tus manos. Bueno la realidad es que todos perdimos las ganas de comer por aquel entonces pero no la fuerza para obligarnos porque teníamos que seguir viviendo. En cambio para ti padre era como si no quisieras vivir. Muchos meses después supe que la realidad era que no podías no que no lo desearas.
3 de Noviembre de 2002
Debajo del informe y casi pegado a él veo el último recibo del pago de aquel Centro de Día que nos aconsejaron para ti. Por las mañanas mamá tenía que hacer las compras y la comida y desde las 9 que venían a recogerte en un autobús no volvían a traerte hasta las 5 de la tarde. Después nos tocaba a las dos cuidarte y estar a tu lado. Cuando le decía a mamá que aprovechara que yo tenía que estudiar para que ella saliera yo me quedaba haciendo mis tareas. Tengo grabada en mi mente aquella mirada tuya con un interrogante cuando viste los papeles en los que yo hacía los cálculos buscando la solución a un complicado problema. Casi lo tenía ya resuelto pero faltaba algo importante, un número que se quedó olvidado en el papel y por eso no podía llegar a completarlo. Al pasarlo a limpio en el cuaderno lo olvidé y casualmente tenía un círculo rojo sobre él.
Me cogiste la mano con dificultad y yo me dejé hacer. Con mi propio dedo conseguiste indicarme aquel número clave. Te miré extrañada y apareció una sonrisa en tus labios. Lloré de alegría porque en aquel instante pensé que te recuperarías. Quizás los médicos se equivocaban y tu enfermedad en vez de evolucionar se moría en aquél gesto tuyo indicando que sabías y conocías lo que yo estaba haciendo. ¡Pobre ilusa de mí! Al día siguiente ya no movías tus manos.
18 de Noviembre de 2002.
Tu último día en el Centro. Recuerdo que estaba preparándome para marcharme al Instituto y oí unos gritos ininteligibles. Intentabas decirle algo a mamá y ella no te comprendía. Me acerqué y te dije que escribieras lo que querías o que me lo indicaras con letras. Recuerdo las tablillas de madera en las que grabe números y el abecedario para que pudieras comunicarte con nosotras componiendo con tu dedo frases sencillas para ti.
Por fin pude comprender que no querías ir más a aquel Centro y que deseabas quedarte en casa. Mamá te dijo que si pero que a cambio tendrías que salir con ella a pasear por las tardes. Con un movimiento de cabeza dijiste varias veces que sí. Todo quedó arreglado. No te obligaríamos a ir si tú no querías. Nos hiciste algo de chantaje porque al día siguiente no te levantaste de la cama y permaneciste todo el día durmiendo. ¿Se te olvidó salir? Varias veces fui a tu cama y verdaderamente estabas dormido. Oía tu respiración tranquila. El sueño fue tu consuelo en esos meses de invierno en los que el frío calaba los huesos. Una tarde llegó mamá y yo estaba durmiendo contigo, bien arropados los dos y tú habías cogido mi mano.
25 de Diciembre de 2002.
Un billete de autobús. ¡Menudo susto nos diste! Casi vamos a dar parte a la policía y todo. En un descuido la puerta de la calle se quedó entreabierta. No sé qué paso por tu cabeza aquel día. Te fuiste y cogiste un autobús. ¿Hacia dónde? ¡Ni siquiera tú lo sabías! pero estoy segura que una luz brilló en tu mente. Recuerdo que durante la navidad te gustaba preparar la comida y sorprendernos con tus platos. Eras muy buen cocinero y mamá estaba encantada contigo. Fui a llevarte el desayuno y cuando observé la cama estaba vacía, con la huella aún caliente de tu cuerpo. Salí a la calle a buscarte como una loca pero no pude encontrarte. Cuando mamá regresó yo estaba llorando desesperada sin saber qué hacer. Durante horas te buscamos y cuando íbamos a llamar a la comisaría para ver si allí sabían algo, un vecino que te reconoció te trajo a casa. Traías en la mano bien agarrado, el billete de autobús en el que se refleja la fecha y el trayecto. Cuando llegaste padre, lloré pero de alegría porque volvías con nosotras.
1 de Enero de 2003
Estoy de vacaciones. Mamá ha salido para hacer las compras. Cada vez que me quedaba contigo a solas yo te hablaba y te hablaba porque muy dentro de mí sé que tú me escuchabas. Mamá decía que tú ya no entendías nada que era imposible, que nunca había visto en tu cara un gesto que denotara que la comprendías.
Pero aquel día padre yo te estaba contando lo bien que me lo había pasado en la excursión a la que había ido el Domingo anterior, con mis primos. Juro que una lágrima resbaló por tu cara y no fue una ilusión como dijo mamá, no. Tuve que sacar mi pañuelo y acercarme a enjugarla y justo después de hacerlo tus labios se movieron en una sonrisa y creí oírte decir que me querías. Te apreté entre mis brazos y le imploré a Dios que te hiciera regresar de ese mundo en el que ya llevabas perdido demasiado tiempo. ¡Sólo tenías 42 años! ¡Toda una vida por delante! Al día siguiente cuando nos levantamos tus ojos estaban cerrados y tu cuerpo frío.
Te fuiste sin una palabra porque ya no las podías pronunciar. Te fuiste sin una queja porque no te quejaste jamás. Te marchaste en ese espacio que existe entre el sueño y el despertar.
Tengo guardadas todas estas cosas en una caja como si de un tesoro preciado se tratase. Pero es que para mí lo es. La tengo escondida para que mamá no me la pueda quitar. Cada uno de Enero abro la caja y me pongo a recordar. Quiero rescatar de mi memoria tus gestos y tus palabras, tu olor y tu mirada, y sobre todo quiero recordar esa última mirada tuya que durante unos momentos me hizo tan feliz.
En la tapa dibujé cifras y letras que componen dos palabras. Las cifras están en rojo y las letras en verde como a ti te gustaban.
Las cifras son el uno, de nuevo el uno y luego el dos mil tres También están el cuatro y el dos.
1/1/2003: La fecha en la que se escapó tu presencia de nuestras vidas
42: La edad que tenías cuando te marchaste.
Las letras: A Germán, mi padre, a quien nunca podré olvidar.
Jamás podré olvidar tu mirada
porque me descubrió sin palabras
el dolor que anidó en tu alma
hasta que sólo existió ... ¡la nada!
- Papá, ayúdame con este problema. Es muy complicado para mí.
Germán se sentó y cogió el bolígrafo. Su hija, expectante le dejó hacer. Su padre era un lince con las Matemáticas. Empezó a garabatear en un papel aparte, fórmulas y más fórmulas.
La niña le miraba. Estaba usando la raíz cuadrada y ella pensó que no tenía por qué hacerlo.
Después de diez minutos y dos folios llenos de números, Germán comienza a ponerse nervioso porque bailan en su cabeza y cuando los traslada al papel pierden sentido para él. ¡Ha olvidado el Algebra! Con pesar le dice a la niña:
- Lo siento Gema. Esto es demasiado para mí.
Ella, entre risas, le susurra al oído:
- Pero papi si no hay problema que se te resista. ¡Venga!
Germán, con gesto cansado vuelve a atacar el problema con idéntico resultado. Enfadado consigo mismo rompe el papel y exclama:
- Gema de verdad que no puedo con él. ¡Cada vez son más difíciles!
Su hija con una mirada de interrogación le estampa un beso en la mejilla y con cariño le apremia:
- Anda trae. Mañana le consultaré al profesor. ¡Te estás haciendo viejo papi!
Germán estaba cansado, muy cansado. No sabía lo que le pasaba pero llevaba ya varios meses levantándose con gran esfuerzo por las mañanas y la jornada de trabajo se le hacía eterna. Tenía problemas de concentración y eso le angustiaba tanto que por las noches no conseguía dormirse antes de haber dado más de mil vueltas en la cama.
No quería alarmar a su mujer por eso no le había comentado nada. Pediría una cita para visitar a su médico y hablaría con él.
Una tarde regresó casi a las diez de la noche. Cuando salió de trabajar cogió su coche y puso rumbo hacia su casa pero de pronto no supo dónde estaba. Comenzó a inquietarse y cuanto más lo hacía más se apoderaba de él el nerviosismo y la intranquilidad. Finalmente decidió bajarse del coche y comenzó a pasear pero seguía sin reconocer lo que le rodeaba.
Los latidos de su corazón le golpeaban con fuerza en el pecho. Un pitido se apoderó de sus oídos y la saliva se le hacía espesa en la boca impidiéndole tragar. ¡Le faltaba el aire y empezó a marearse!
En un último esfuerzo para no perder el sentido, se paró delante de un escaparate como si mirara algo detenidamente pero lo que estaba haciendo en realidad era respirar profundamente, retener el aire en sus pulmones y luego exhalarlo pausadamente, intentado recuperar el control. Poco a poco fue serenándose. No sabía cuánto tiempo había estado delante de aquel escaparate. A través del cristal veía expuesta una gran colección de ropa interior de mujer. Miró a su alrededor con la vergüenza reflejada en su rostro y exclamó:
-¡Dios mío, pensarán que soy un pervertido!
Continuó andando un poco más y un grito de júbilo se escapó de su garganta:
-¡Por fin!
Tuvo que desandar el camino para buscar el coche. Ya no tenía ninguna duda. Un edificio se alzaba majestuoso delante de él con su cúpula redondeada. Era la catedral de su ciudad y gracias a ella había podido orientarse.
Cuando llegó a casa tuvo que mentirle a su mujer al decirle que se había encontrado con un amigo y tras unas copas y un rato de charla había perdido la noción del tiempo. A Belén todo le pareció natural porque confiaba ciegamente en Germán.
Esa noche durmió de un tirón y al día siguiente se creó la obligación ineludible de la visita médica aunque ahora estaba prácticamente seguro de que había sufrido un cuadro de stress.
Belén había oído a su marido dar tantas vueltas en la cama que al final había sido ella la que no había podido conciliar el sueño. Pensaba que Germán podía tener algún problema en el trabajo lo cual no era de extrañar. La Empresa en la que trabajaba tenía que reducir costes de producción y sabía por él que una de las alternativas a tomar era despedir a algunos de sus propios compañeros ya que él era el Responsable del personal. ¡Difícil tarea! pensó Belén Seguro que es eso lo que le ha tenido preocupado todos estos días.
¡Qué lejos estaba de la verdad!
Cuando Germán visitó al médico, éste coincidió exactamente con él. Había sufrido un cuadro de stress y ansiedad provocado por los acontecimientos de los últimos meses. Quiso que descansara unos días pero ante la insistencia del propio Germán de que precisamente ahora no podía faltar de la Empresa, le recomendó largos paseos y unos ejercicios respiratorios que debía practicar en el momento en que los problemas le sobrepasaran.
- Papá puedes ayudarme a hacer unos ejercicios sobre la potencia de una raíz y la raíz de una raíz?
Las palabras de su hija le parecían un trabalenguas sin sentido alguno. Estaba agotado, incapaz de poder hacer nada más esa tarde. Era su tarde libre pero tenía que ayudar a su hija.
Resignado empezó a manejar las raíces cuadradas. Esta vez no podrían con él.
Su hija lo miraba con orgullo:
- Papi no hay nada que se te resista en cuestión de números.
Cuando llegó al final Germán no tenía claro el resultado. Su cabeza era un caos y la jaqueca había estallado con tal fuerza que le hizo vomitar. La niña asustada llamó a gritos a su madre:
- Mamá, mamá, ¡Papá no se encuentra bien!
Belén acudió enseguida. Germán era presa de temblores y tenía una fiebre altísima. Llamó al médico para que le visitase en casa ya que en esas condiciones no quería que saliera a la calle.
Cuando el médico llegó, comenzó a regañarle:
- Pero bueno Germán, te dejo unos días y empeoras. ¡Tendrás que tomarte las cosas en serio!
Según el médico, al cuadro de ansiedad que presentada se le sumaba una gastroenteritis incipiente que ya daría la cara. Eso explicaba la fiebre. Le recetó varias cosas para tomar y le prohibió terminantemente que asistiera al trabajo, al menos hasta pasados tres días.
Sin embargo los días se prolongaron y cuando se incorporó al trabajo parecía haber envejecido años. Se encerró en su despacho totalmente apático y ni siquiera salía para tomar un desayuno. Horas y horas entre números y papeles que cada vez se amontonaban más y más en su mesa. Casi no hablaba con sus compañeros limitándose tan sólo a cumplir su jornada hasta que llegó el día en que recibió el último y gran mazazo que dio al traste con la mermada vitalidad en la que vivía.
- Pasa y siéntate.
El director de la Empresa le miró con compasión. Buscando las palabras adecuadas y sin querer mirarle a los ojos comenzó:
- Germán… quiero que comprendas que así no puedes continuar. Te propongo que lo pienses detenidamente porque te ofrezco la jubilación por enfermedad o una baja por depresión porque tengo que buscar un sustituto para tu trabajo. Estoy al borde la quiebra. ¡Ya no puedo aguantar más esta situación!
Germán bajó los ojos. El era un controlador nato de sus emociones y sentimientos pero en esta ocasión una lágrima rodó por su cara. El director siguió:
- ¡Te pondrás bien! Si quieres tómate algunos meses tan sólo y cuando te encuentres mejor de nuevo hablamos y te incorporas a tu puesto.
Se levantó con un nudo en la garganta asintiendo con la cabeza, sin pronunciar palabra alguna.
El director le estrechó la mano, le dio unos golpes en la espalda y le deseó una pronta recuperación. Germán regresó a su casa y se metió en la cama. En esos momentos no estaban ni su esposa ni su hija.
27 de marzo de 2002.
Este es el día en que llegué a casa después de un examen y te encontré durmiendo padre. Toqué tu frente y estaba ardiendo. Puse un hielo frío en ella envuelto en una toalla y estuve vigilándote hasta que la fiebre remitió. Cuando mamá llegó se quedó pensativa y triste.
12 de Abril de 2002.
El cumpleaños de mi mejor amiga. No quise ir porque quería acompañar a mamá que te llevaba al Hospital. Con el tratamiento que te pusieron para la depresión te veíamos empeorar. Fueron muy pocos los días en que te levantaste de la cama y si lo hacías era para sentarte en la butaca en la que estoy ahora, repasando cifras, buscando letras que me lleven hasta ti porque me perdí tantas horas a tu lado que ahora ya es demasiado tarde para poderlas recuperar. Los médicos te cambiaron el tratamiento. A más depresión más pastillas. Era como si tuviese ante mí una simple operación matemática: cuanto mas… tanto mas. Yo me pregunto ahora padre ¿cuál sería la raíz cuadrada de tu sufrimiento? Muchas veces pienso también que dolor no es igual a lágrimas porque no he podido llorarte. Estoy aquí ahora buscando fechas que se conviertan en flechas para que abran mi herida y saquen la rabia contenida en forma de torrente sin fin, para calmarme y poder sentirte de nuevo.
27 de Junio de 2002.
El día de tu cumpleaños. Tengo en mis manos la tarjeta que te regalé. Tú querías que le pusiera números y letras como cuando aprendiste a leer y a contar. De la “a” a la “z” y del “1” al “10” y cuánto más grande los pusiera mejor. Quisiste también que usara colores para cada uno de ellos y sobre todo el rojo y el verde. Al final, mamá y yo firmamos con la inicial de nuestros nombres que se repetía cada vez más grande. La de ella en rojo y la mía en verde, los colores que más te gustaron.
Ese día no dejabas de mirarme.
28 de Septiembre de 2002.
Tengo en mis manos el informe de aquella prueba tan rara que por fin te mandó un médico joven que empezó a trabajar en el Hospital porque lo de la depresión a él no le acababa de convencer. Por aquel entonces casi no tenías ganas de comer y te estabas quedando en los huesos. A veces te observaba y parecía como si la cuchara fuese a caer de tus manos. Bueno la realidad es que todos perdimos las ganas de comer por aquel entonces pero no la fuerza para obligarnos porque teníamos que seguir viviendo. En cambio para ti padre era como si no quisieras vivir. Muchos meses después supe que la realidad era que no podías no que no lo desearas.
3 de Noviembre de 2002
Debajo del informe y casi pegado a él veo el último recibo del pago de aquel Centro de Día que nos aconsejaron para ti. Por las mañanas mamá tenía que hacer las compras y la comida y desde las 9 que venían a recogerte en un autobús no volvían a traerte hasta las 5 de la tarde. Después nos tocaba a las dos cuidarte y estar a tu lado. Cuando le decía a mamá que aprovechara que yo tenía que estudiar para que ella saliera yo me quedaba haciendo mis tareas. Tengo grabada en mi mente aquella mirada tuya con un interrogante cuando viste los papeles en los que yo hacía los cálculos buscando la solución a un complicado problema. Casi lo tenía ya resuelto pero faltaba algo importante, un número que se quedó olvidado en el papel y por eso no podía llegar a completarlo. Al pasarlo a limpio en el cuaderno lo olvidé y casualmente tenía un círculo rojo sobre él.
Me cogiste la mano con dificultad y yo me dejé hacer. Con mi propio dedo conseguiste indicarme aquel número clave. Te miré extrañada y apareció una sonrisa en tus labios. Lloré de alegría porque en aquel instante pensé que te recuperarías. Quizás los médicos se equivocaban y tu enfermedad en vez de evolucionar se moría en aquél gesto tuyo indicando que sabías y conocías lo que yo estaba haciendo. ¡Pobre ilusa de mí! Al día siguiente ya no movías tus manos.
18 de Noviembre de 2002.
Tu último día en el Centro. Recuerdo que estaba preparándome para marcharme al Instituto y oí unos gritos ininteligibles. Intentabas decirle algo a mamá y ella no te comprendía. Me acerqué y te dije que escribieras lo que querías o que me lo indicaras con letras. Recuerdo las tablillas de madera en las que grabe números y el abecedario para que pudieras comunicarte con nosotras componiendo con tu dedo frases sencillas para ti.
Por fin pude comprender que no querías ir más a aquel Centro y que deseabas quedarte en casa. Mamá te dijo que si pero que a cambio tendrías que salir con ella a pasear por las tardes. Con un movimiento de cabeza dijiste varias veces que sí. Todo quedó arreglado. No te obligaríamos a ir si tú no querías. Nos hiciste algo de chantaje porque al día siguiente no te levantaste de la cama y permaneciste todo el día durmiendo. ¿Se te olvidó salir? Varias veces fui a tu cama y verdaderamente estabas dormido. Oía tu respiración tranquila. El sueño fue tu consuelo en esos meses de invierno en los que el frío calaba los huesos. Una tarde llegó mamá y yo estaba durmiendo contigo, bien arropados los dos y tú habías cogido mi mano.
25 de Diciembre de 2002.
Un billete de autobús. ¡Menudo susto nos diste! Casi vamos a dar parte a la policía y todo. En un descuido la puerta de la calle se quedó entreabierta. No sé qué paso por tu cabeza aquel día. Te fuiste y cogiste un autobús. ¿Hacia dónde? ¡Ni siquiera tú lo sabías! pero estoy segura que una luz brilló en tu mente. Recuerdo que durante la navidad te gustaba preparar la comida y sorprendernos con tus platos. Eras muy buen cocinero y mamá estaba encantada contigo. Fui a llevarte el desayuno y cuando observé la cama estaba vacía, con la huella aún caliente de tu cuerpo. Salí a la calle a buscarte como una loca pero no pude encontrarte. Cuando mamá regresó yo estaba llorando desesperada sin saber qué hacer. Durante horas te buscamos y cuando íbamos a llamar a la comisaría para ver si allí sabían algo, un vecino que te reconoció te trajo a casa. Traías en la mano bien agarrado, el billete de autobús en el que se refleja la fecha y el trayecto. Cuando llegaste padre, lloré pero de alegría porque volvías con nosotras.
1 de Enero de 2003
Estoy de vacaciones. Mamá ha salido para hacer las compras. Cada vez que me quedaba contigo a solas yo te hablaba y te hablaba porque muy dentro de mí sé que tú me escuchabas. Mamá decía que tú ya no entendías nada que era imposible, que nunca había visto en tu cara un gesto que denotara que la comprendías.
Pero aquel día padre yo te estaba contando lo bien que me lo había pasado en la excursión a la que había ido el Domingo anterior, con mis primos. Juro que una lágrima resbaló por tu cara y no fue una ilusión como dijo mamá, no. Tuve que sacar mi pañuelo y acercarme a enjugarla y justo después de hacerlo tus labios se movieron en una sonrisa y creí oírte decir que me querías. Te apreté entre mis brazos y le imploré a Dios que te hiciera regresar de ese mundo en el que ya llevabas perdido demasiado tiempo. ¡Sólo tenías 42 años! ¡Toda una vida por delante! Al día siguiente cuando nos levantamos tus ojos estaban cerrados y tu cuerpo frío.
Te fuiste sin una palabra porque ya no las podías pronunciar. Te fuiste sin una queja porque no te quejaste jamás. Te marchaste en ese espacio que existe entre el sueño y el despertar.
Tengo guardadas todas estas cosas en una caja como si de un tesoro preciado se tratase. Pero es que para mí lo es. La tengo escondida para que mamá no me la pueda quitar. Cada uno de Enero abro la caja y me pongo a recordar. Quiero rescatar de mi memoria tus gestos y tus palabras, tu olor y tu mirada, y sobre todo quiero recordar esa última mirada tuya que durante unos momentos me hizo tan feliz.
En la tapa dibujé cifras y letras que componen dos palabras. Las cifras están en rojo y las letras en verde como a ti te gustaban.
Las cifras son el uno, de nuevo el uno y luego el dos mil tres También están el cuatro y el dos.
1/1/2003: La fecha en la que se escapó tu presencia de nuestras vidas
42: La edad que tenías cuando te marchaste.
Las letras: A Germán, mi padre, a quien nunca podré olvidar.
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